martes, noviembre 01, 2011

VIENTOS DE AMOR: poemas al costado del corazón

Hace poco ha ocurrido un temblor en Lima y un terremoto en Ica, lo que genera algunas preocupaciones como es natural, pero al otro lado hay vientos que soplan dulzura, reflexión, calor humano y un poco de paz, al corazón le hace bien, y empuja con muchos ánimos al espíritu luchador del día a día, aquí el aporte de unos amigos que me envian por el correo con la intención de compartir sus experiencias.


Voy andando por un sendero.
Dejo que mis pies me lleven.
Mis ojos se posan en los árboles, en los pájaros, en las piedras.
En el horizonte se recorte la silueta de una ciudad.
Agudizo la mirada para distinguirla bien. Siento que la ciudad me atrae.
Sin saber cómo, me doy cuenta de que en esta ciudad puedo encontrar
todo lo que deseo. Todas mis metas, mis objetivos y mis logros.
Mis ambiciones y mis sueños están en esta ciudad.
Lo que quiero conseguir, lo que necesito, lo que más me gustaría ser,
aquello a lo cual aspiro, o que intento, por lo que trabajo,
lo que siempre ambicioné, aquello que sería el mayor de mis éxitos.
Me imagino que todo eso está en esa ciudad.
Sin dudar, empiezo a caminar hacia ella.
A poco de andar, el sendero se hace cuesta arriba.
Me canso un poco, pero no me importa.
Sigo. Diviso una sombra negra, más adelante, en el camino.
Al acercarme, veo que una enorme zanja me impide mi paso. Temo... dudo.
Me enoja que mi meta no pueda conseguirse fácilmente.
De todas maneras decido saltar la zanja. Retrocedo, tomo impulso y salto...
Consigo pasarla. Me repongo y sigo caminando.
Unos metros más adelante, aparece otra zanja.
Vuelvo a tomar carrera y también la salto.
Corro hacia la ciudad: el camino parece despejado.
Me sorprende un abismo que detiene mi camino. Me detengo. Imposible saltarlo.
Veo que a un costado hay maderas, clavos y herramientas.
Me doy cuenta de que está allí para construir un puente.
Nunca he sido hábil con mis manos...
Pienso en renunciar. Miro la meta que deseo... y resisto.
Empiezo a construir el puente. Pasan horas, o días, o meses.
El puente está hecho. Emocionado, lo cruzo.
Y al llegar al otro lado... descubro el muro.
Un gigantesco muro frío y húmedo rodea la ciudad de mis sueños...
Me siento abatido... Busco la manera de esquivarlo. No hay caso.
Debo escalarlo. La ciudad está tan cerca... No dejaré que el muro impida mi paso.
Me propongo trepar. Descanso unos minutos y tomo aire...
De pronto veo, a un costado del camino un niño que me mira como si me conociera.
Me sonríe con complicidad.
Me recuerda a mí mismo... cuando era niño.
Quizás por eso, me animo a expresar en voz alta mi queja:
-¿Por qué tantos obstáculos entre mi objetivo y yo?
El niño se encoge de hombros y me contesta:
-¿Por qué me lo preguntas a mí?
Los obstáculos no estaban antes de que tú llegaras...
Los obstáculos los trajiste tú.

Jorge Bucay



DOS NIDOS

Enfrente de mi casa yace en ruinas
un viejo torreón de cuatro esquinas,
y en este viejo torreón derruido
tiene asentado una cigüeña el nido.
¡Y parece mentira, pero enseña
muchas cosas un nido de cigüeña!


Por el borde del nido de mi cuento,
donde reina una paz que es un portento,
asoman el pescuezo noche y día
los zancudos cigüeños de la cría.
Cuando los deja la cigüeña madre,
trae alimentos el cigüeño padre,
y cuando con su presa ella regresa,
vuela el padre a buscarles otra presa;
y de este modo la zancuda cría
en banquete perenne pasa el día.

Estaba yo una tarde distraído
desde mi casa contemplando el nido,
cuando del campo regresó cargada
la solícita madre apresurada.
Presentó con orgullo ante su cría
una culebra muerta que traía,
y mientras sus hijuelos la "trinchaban"
y, defendiendo la ración, luchaban,
reventaba la madre de contenta
mirándolos comer... ¡y estaba hambrienta!

¡Y cómo demostraba su alegría
viendo el festín de su zancuda cría!
¡Qué graznidos, qué dulces aletazos
y qué cariñositos picotazos
les daba a aquellos hijos comilones
que estaban devorando sus raciones!

Al ver desde mi casa aquella escena,
llena de amor y de ternura llena,
bendije al nido aquel, y, ¡lo confieso!,
estuve a punto de tirarle un beso.
Ahogué mi beso, pero tristemente
me dije por lo bajo de repente:
"¡Quizás haya en el mundo quien querría
convertirse en cigüeño de la cría!"

Cerca del viejo torreón derruido
en donde está de la cigüeña el nido,
hay otro nido, pero nido "humano"
que habita la familia de un cristiano.

El mismo día y a la misma hora
en que la escena aquella encantadora
del nido de la torre yo admiraba
y un beso con los ojos le enviaba,
del otro nido humano un rapazuelo
salía sollozando sin consuelo.
Una mujer de innoble catadura
salió tras la harapienta criatura,
cruzóle el rostro, la empujó hacia fuera,
metióse en casa y la dejó en la acera.

-¿Por qué te echan de casa, rapazuelo?
-le dije al verlo, y contestó el chicuelo:
-Porque a pedir limosna había salido
y un poco pan "na" más hoy he traído,
y dinero me dice que le traiga,
y que vaya a buscarlo "ande" lo "haiga".

Alcé los ojos sin querer al nido
del solitario torreón derruido,
y dije, contemplando aquella escena
y aquella madre cuidadosa y buena:
"Si este niño pensara, ¿no querría
convertirse en cigüeño de la cría?

(José María Gabriel y Galán)

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