lunes, noviembre 30, 2009
NO TODO ES COMERSE UNOS A OTROS
Hay animales que comen plantas, como los conejos y ciertos insectos, y otros que comen a los animales que comen plantas, como los sapos, que ingieren insectos, o los pumas, que cazan conejos. Algunos se alimentan de los restos de todos ellos cuando mueren, como las hienas, que se comen a los animales muertos, y los buitres, que tienen los mismos hábitos y a los que siempre se los ve sobrevolando el lugar donde se encuentra un animal a punto de morir. Por último, existen bacterias y gusanos encargados de limpiar lo que dejaron los buitres y las hienas, se comen a éstos cuando mueren, y transforman la materia descompuesta en elementos como carbono y hierro.
No siempre en la naturaleza los seres vivos se relacionan comiéndose unos a otros formando cadenas alimentarias. Los animales y los vegetales pueden relacionarse entre sí y con su medio de otras maneras. Por ejemplo dos especies distintas pueden ayudarse mutuamente: es el caso de los líquenes, formados por un alga y un hongo, que crecen sobre la corteza de los árboles o sobre las piedras de las montañas. En ellos el alga fabrica el alimento del hongo y el hongo provee de agua al alga, beneficiándose los dos al mismo tiempo.
Hay roedores como las ratas y los ratones y algunos insectos, como las cucarachas, que no se alimentan de otros animales sino de las sobras de lo que han consumido los seres humanos.
En otros casos, un organismo vive a costa del otro pero, además, lo perjudica. Esta relación de parasitismo se encuentra en las garrapatas y pulgas que se alimentan de la sangre de mamíferos y aves, debilitándolos.
A veces, una especie animal o vegetal depende tanto del ambiente en el que vive que no podría existir fuera de ese lugar. Por ejemplo, los koalas australianos únicamente se alimentan de hojas de una especie de eucalipto rojo que se encuentra en algunas partes de ese continente. Como sólo comen esto que crece nada más que en Australia, los koalas solo pueden vivir allí.
Otro caso cuando se pensó que la inmensa Selva Amazónica podía utilizarse como zona de cultivo. Se talaron miles y miles de árboles, uno tras otro, hasta que pudieron realizarse las primeras pruebas. Sin embargo, el experimento no resultó, porque el suelo bajo la primera capa de desechos orgánicos formada por las hojas en descomposición no era fértil. Y además, de no poder cultivar, el hombre comprobó otra cosa: había destruido un sector importante de la gran reserva natural que hace las veces de “pulmón” del continente, ya que los árboles liberan oxígeno.
La cantidad de nichos de un ecosistema determina el número de especies que hay en él (es decir, su biodiversidad). La destrucción de los nichos, la destrucción del hábitat o la extinción de las especies, dañan la biodiversidad.
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